📮Hablemos de CELOS📮 - De mí para vos #36
Como todas las cosas en la vida, los diferentes tipos de sentimientos son buenos en su justa medida. El celar es un ingrediente necesario para que el amor exista. Los celos movilizan, hacen que uno cuide del ser querido, que se arregle para seducirlo, que sienta un cosquilleo cuando el otro dirige su vista a alguien más; en fin, se trata de un condimento, un ingrediente favorable en la combinación de sensaciones que el amor, la amistad, el cariño y todo sentimiento que vincule a alguien conlleva.
Pero nada es bueno en demasía. El celoso en extremo, el que tiene celos patológicos, sufre, se tortura, siente terror por ser dejado, no duerme pensando en qué estará haciendo el ser amado, lo controla, lo persigue, le miente... se miente.
Muchas veces, los celosos en extremo se muestran como seres amplios, agradables, permisivos y comprensivos en el principio de una relación. “Él/ella no era así cuando nos conocimos”, me dijo un oyente una vez en mi programa de radio cuando empezamos a charlar sobre los celos. “Al principio, era agradable —agregó—, me preguntaba sobre mi pasado, mis noviazgos, mis experiencias...”.
El celoso obsesivo, empedernido, teje su telaraña alrededor del otro, y dada su absoluta inseguridad, empieza ocultando y mintiendo su verdadera forma de ser, para poder lograr la entrega y la confesión del otro y saber la verdad sobre su historia y su vida.
En realidad, ya desde ese momento está buscando motivos para celarlo. Es que no puede estar sin hacerlo, siempre encuentra una razón. Entonces, una vez que hizo toda la “historia clínica” de la vida del otro, empieza a levantar paredes en su entorno, a criticarle sus amistades, a cuestionarle para qué va a la facultad, que el color de labios es muy fuerte, que no tiene sentido usar esa ropa tan escotada o la pollera tan corta, o para qué tanto perfume si sólo va a la oficina, y qué hizo desde que salió de su trabajo hasta que llegó a su casa, y por qué mira tanto fútbol, y que ese cantante preferido es homosexual o que no canta bien; todo según se trate de él o de ella.
Y entonces, el celoso se convierte en carcelero del otro, de su historia, de sus movimientos, de sus acciones, elecciones, amistades, vestimenta... Pretende intervenir en cada decisión, en cada elección del ser amado y, lo que es mucho peor, intervenir en sus pensamientos.
Sí, así como lo leés, el celoso tiene la fantasía de tomarle el pensamiento al otro, de saber literalmente lo que está pensando el otro, y como jamás lo consigue, se desespera y vive atento a cada movimiento, a cada paso, a cada mirada, a cada elección que el otro hace.
“¿Por qué miraste tanto al camarero?”, pregunta él; o “¿Por qué miraste a la camarera?”, pregunta ella. Y así, como tratando de llegar a la profecía autocumplida, el celoso, con su comportamiento, empuja prácticamente a su pareja a mirar a otros, a interesarse por alguien más, porque termina metiéndoselo en la cabeza, inventándole historias que el otro, al escuchar, incorpora en su propia historia, comenzando, en muchos casos, a fantasear con eso.
Es que, en el fondo, el celoso necesita ser traicionado, corroborar sus dudas, requiere el abandono, sufrir por algo que realmente suceda y, en casos extremos, creer que eso sucede para poder castigar al otro: golpeándolo, desestimándolo y torturándolo psíquicamente a partir del menosprecio, la subestimación y el insulto constante, para llegar a hacerlo sentir poca cosa, casi despreciable, y que el otro se convenza de que jamás nadie repararía en él, sino sólo aquel que lo cela obsesivamente.
Uffff, agota de sólo leerlo, ¿no? ¿Te ha pasado alguna vez? ¿Cuál de las dos partes de esta historia fuiste? Pues no importa, porque los dos son cómplices. Sí, los dos. El que cela todo el tiempo tiene inseguridad de ser querido, revive en cada relación el miedo por ser dejado a un lado que la mayoría de las veces se instaló en su niñez por diferentes factores y situaciones vividas. Entonces, si bien no soporta el abandono —manifestado desde lo mínimo, hasta en el hecho de que su pareja mire a alguien— con su actitud, termina provocándolo porque necesita que se repita la misma situación histórica que le produjo este proceder.
Y, por otra parte, el que es celado también es partícipe, porque lo que busca al vincularse con esta clase de personas es una atención desmedida para compensar la desatención que tuvo en algún momento de los principios de su historia, cuando se sintió abandonado y falto de dedicación de alguno de sus padres o porque, simplemente, sintió que su hermano recibía más cosas de ellos que él.
Los celos destruyen, aniquilan el placer, la felicidad, la sexualidad. Y hay hombres que no soportan que su mujer goce, gima, se explaye libremente en la cama. Es más, algunos no aguantan ni siquiera recibir sexo oral por parte de su pareja porque llegan al súmmum del delirio de celos, a celar su propio órgano viril porque se desdoblan y sienten que el otro los aparta por estar disfrutando de su pene. Sí, así como te lo cuento. A tal extremo puede llegar un celoso empedernido. Y, al sucumbir a este extremo tan nefasto como forma de vincularse, jamás tiene paz ni placer, y de hecho, nunca seguridad en nadie.
La falta de autoestima, de seguridad afectiva, de base sólida en sus principios relacionales, ocasiona todo esto y degenera en actitudes como las mencionadas, terminando sus relaciones en una destrucción total de la pareja, que muchas veces lleva a la anulación de ambos y, en casos extremos, a crímenes pasionales.
En verdad, el celoso y el celado me recuerdan al preso y el carcelero. El preso —vaya la repetición— está preso, privado de su libertad y encerrado en su celda; pero el carcelero también se encuentra preso, porque debe quedarse todo el tiempo cuidándolo.
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Que este domingo te encuentre muy bien.
Cariños,
Danny.