Cuando dormimos es cuando más cerca de la muerte estamos. Y cuando despertamos, es cuando más cerca de la vida estamos.
Uno se despierta, y a veces le duele el cuerpo y otras, le duele el alma.
Y se arrastra por dentro, aunque camine erguido.
Y se encorva muchas veces, aunque esté pleno por dentro.
Y sonríe, aunque le caigan lágrimas por dentro.
O llora, a veces hasta por costumbre, aunque tenga muchos motivos para reír.
Porque el tiempo pasa, las cosas pasan.
En realidad… es uno el que pasa, porque el tiempo es una ilusión en la mente del ser humano. Una ilusión que solemos querer atrapar para que las cosas sucedan como queremos que sucedan.
Pero las cosas pasan, como decía, y pasan como pasan. A menudo como uno deseó, y tantas veces como no desea, ni mucho menos espera. Y uno tiene que cuidarse de no encontrarse siempre frente a lo mismo. Con los mismos ojos, pero habiendo pasado los años, si uno está igual en aquello que duele, eso que está de más en la vida de uno, entonces no está igual… está peor. Porque si uno lleva cinco días con fiebre sin mejora y sin tratamiento, no está igual que el primer día, está peor.
Y me pasa que lo que cuido en un paciente es que cuando empieza a transformarse a través de un proceso, cuando empieza a sanarse -porque uno mismo se enferma y uno mismo se cura, por más médico o psicoterapeuta que haya-, cuando empieza a despojarse de creencias y mandatos que lleva a cuestas, cuando termina con la confusión (que es la fusión con otros), cuando logra salirse de la manada, cuando puede desintegrarse de la integración nociva que lo tiene en sufrimiento, cuando puede des-hacerse de lo que se hizo a sí mismo a través de lo que incorporó de otros (in -hacia el interior-, y corporis -cuerpo-, es decir, introducir algo en el cuerpo y hacer que forme parte de él), lo que cuido en ese paciente… es que no se distraiga.
Uno no pidió nacer, y no quiero entrar en este momento en el misterio de si uno eligió a qué familia venir, qué padres tener, porque me estaría distrayendo, justamente. Cuando hablo con una persona, lo tangible es lo que le sucede, lo que le sucedió, y lo que quiere que le suceda de ahora en más. Entonces no pierdo mi tiempo en indagar en el misterio, porque hay que aprender a convivir con los misterios, porque distraerse intentando resolver uno, es distraerse del aquí y del ahora, es distraerse de lo que sí tenés al alcance de tu mano por hacer, es evadirse, es boludear, es perderse de uno.
Cuando un niño crece sin amor, o mejor dicho, sin la cantidad y calidad de amor que específicamente ESE niño necesita, entonces empieza a armarse rápidamente un disfraz. ¿Para qué? Es tan simple… para lograr ser querido. Para lograr ser visto. Para sentirse deseado. Para construir vínculos que lo ayuden a crecer. Se arma un disfraz, a ver si por fin así llama la atención… y le dan bola.
Entonces, decía, cuido que no se distraiga porque necesitamos descubrir de qué se está disfrazando, es decir, qué atuendo emocional y muchas veces físico está usando porque todavía no logra descubrir quién es, pero a la vez, este atuendo le pesa, le duele. Lo tiene encarnado, está preso de él.
Cuido que no se distraiga porque ahí, paradójicamente, le surgen mil razones para distraerse.
Es que hay adentro de uno, fuerzas que empujan hacia el bienestar, y fuerzas que empujan hacia el malestar.
Vendría a ser como ese juego de la soga en la que dos grupos de personas se enfrentan y tiran de la cuerda, un equipo para cada lado. Ganará el equipo que logre derribar al otro (ya sea porque un jugador suelta ambas manos de la soga, o porque todos se caen).
Se produce un tironeo interno -como en el juego- entre lo que enfermó y enferma, y la intención de sanarlo. Pero corremos con ventaja porque, del lado de mi paciente, estoy también yo. Hay equipo, no está solo.
Entonces como equipo, tenemos que lograr no distraernos para que del otro lado, los malestares (acá puedo decir mandatos, implicancias, prejuicios, prohibiciones, negaciones, migrañas, vergüenzas, baja confianza, miedos) vayan soltando la soga, se vayan cansando uno a uno… y les podamos ganar.
Cuando un niño crece sin amor, o mejor dicho, sin la cantidad y calidad de amor que específicamente ESE niño necesita, entonces empieza a armarse rápidamente ese disfraz. ¿Para qué? Es tan simple… para lograr ser querido. Para lograr ser visto. Para sentirse deseado. Para construir vínculos que lo ayuden a crecer. Se arma un disfraz, a ver si por fin así llama la atención… y le dan bola.
Los niños que habitan dentro de nosotros, están esperando ser cuidados, acompañados y protegidos. Y el sentimiento de confusión que viene con el disfraz, se hace evidente en la exigencia, en la frustración, en la búsqueda de la “felicidad” en un afuera que… cuando se encuentra no sorprende, no llena, no sirve.
Si no te desgarras un poco el alma, si no abrís un poco la boca para expresar tu dolor, si no abrís los ojos para empezar a ver que tenés y no lo que te falta, lo que no te dieron y siguen sin darte… entonces, déjame decirte que no sé si estás viviendo. Estás con vida, sí, no estás muerto. Pero no estás viviendo.
¿Cuánto tiempo más te imaginás “viviendo así”?
¿Cuánto tiempo más crees poder aguantar?
¿Cuánto tiempo más querés aguantar?
Te deseo conversaciones incómodas, para poder ordenar lo que tenés desacomodado adentro.
Te deseo un encuentro cara a cara con tu padecimiento, porque es la única forma de sanarlo: pasar a través de él, atravesarlo.
Te deseo esa aventura de atravesar los rencores del pasado, lo no dicho y lo no vivido… porque la satisfacción que se siente al transformarte, no tiene forma de ponerle precio.
Y creo que nadie merece caminar hacia su muerte -como todos lo estamos haciendo, queramos o no-, en un camino de predominante malestar.
Si te movilizó algo de lo que leíste, podes sacarle una captura de pantalla y subirlo a tus historias, etiquetándome como @danielmartinez.ok
Te veo, nos encontramos, nos leemos el próximo domingo.
Gracias por leerme, gracias por estar.
Danny.
Hola Danny! Estoy reconociendo que no he abrazado a mi hijo lo suficiente, dejé de hacerlo con mas frecuencia cuándo comenzó a adolescer y hoy a sus 19 años es un pibe super introvertido y sin metas marcadas. Leerte me ayuda a reconocer que hicieron lo mismo conmigo y que crecí como pude. Voy a tener esas conversaciones incómodas y esos abrazos inesperados. Gracias gracias gracias!! Feliz finde!!
No pude lograr concentrarme y estoy peor.